Cremona 13 de enero de 1890 – Cremona 12 de abril de 1959
Los orígenes campesino
Ernesto Primo Mazzolari nació el 13 de enero de 1890 en Boschetto, una aldea de Cremona, hijo de Luigi y Grazia Bolli. Su padre era un pequeño arrendatario que mantenía a la familia con el trabajo en los campos. Primo (el nombre Ernesto quedó solo en los Registros de Nacimiento oficiales) fue el primogénito, seguido por sus hermanos Colombina, Giuseppe (Peppino), Pierina y Giuseppina. En 1900, la familia Mazzolari se trasladó a Verolanuova, en la provincia y diócesis de Brescia, en busca de mejores condiciones de vida y oportunidades de trabajo.
Dos años después, tras completar la escuela primaria, Primo decidió ingresar en el seminario. Optaron por el seminario de Cremona, debido a la cercanía de familiares, en una época en que el obispo de la ciudad era monseñor Geremia Bonomelli, conocido por sus ideas católico-liberales y por su reconciliación con el joven Estado italiano.
La vida en el seminario
Primo Mazzolari permaneció en el seminario de Cremona hasta 1912, año en que fue ordenado sacerdote. Para esa ocasión, regresó con su familia a Verolanuova y recibió el sacramento del orden sagrado de manos del obispo de Brescia, monseñor Gaggia, en la iglesia parroquial. Su década en el seminario estuvo marcada por dificultades, en parte debido a su carácter sensible y emotivo. Además, esta etapa coincidió con la severa represión antimodernista promovida por Pío X, que endureció la disciplina en los seminarios, expulsó a profesores considerados demasiado innovadores, cerrando las puertas a cualquier forma de diálogo con la cultura contemporánea.
Durante este tiempo, Mazzolari enfrentó una grave crisis vocacional que superó gracias a la ayuda inspiradora del padre barnabita Pietro Gazzola, quien había sido apartado de Milán por sospechas de simpatizar con ideas modernistas. El padre Gazzola predijo a Mazzolari que su vida adulta sería «una cruz».
Una vez ordenado sacerdote, Don Primo fue destinado como vicario cooperador en Spinadesco (Cremona), donde permaneció por casi un año, antes de ser transferido a su parroquia natal, Santa María del Boschetto. Sucesivamente, en otoño de 1913, fue nombrado profesor de letras en la escuela del seminario, cargo que desempeñó durante dos años. En agosto de 1914, fue enviado por un breve periodo a Suiza, a Arbón, como misionero de la Obra Bonomelli para ayudar a los trabajadores italianos que regresaban a Italia desde Alemania, debido al comienzo de las hostilidades.
De hecho, ya había estallado la Primera Guerra Mundial y, en la primavera de 1915, surgió con fuerza el debate sobre la postura italiana frente al conflicto. Don Mazzolari se posicionó en ese momento entre los intervencionistas democráticos, al igual que otros jóvenes católicos como Eligio Cacciaguerra, animador de la Liga Democrática Cristiana y del periódico L’Azione di Cesena, con el que Mazzolari colaboró escribiendo varios artículos. El principal objetivo era apoyar la intervención militar italiana en la guerra, para neutralizar definitivamente las formas de militarismo simbolizadas por Alemania y contribuir a instaurar un nuevo régimen democrático y de cooperación internacional en toda Europa. Don Primo, además, poseía un robusto sentido patriótico, transmitido por su familia.
En estos primeros años de ministerio, el joven sacerdote entabló amistad con Sofía y Amilcare Vaggi en Milán. Gracias a ellos, conoció a numerosos representantes de un ámbito que buscaba profundizar en su fe, soñando con una Iglesia más abierta al diálogo, en el que participaban también los no creyentes, así como los fieles de otras confesiones cristianas. Entre ellos se encontraban Antonietta Giacomelli, Vittoria Fabrizi de’ Biani, Attilio Begey y Don Brizio Casciola.
Los años de la guerra
La guerra supuso un dolor atroz para el joven sacerdote. En noviembre de 1915, su querido hermano Peppino murió en el monte Sabotino, cuyo recuerdo permaneció siempre muy vivo en Don Primo. Inicialmente estuvo exento del servicio militar, pero trás una reevaluación, finalmente fue llamado a filas. Fue destinado al servicio de Sanidad Militar, desempeñándose en los hospitales de Génova y luego de Cremona.
Sin embargo, su deseo de cumplir con su deber de estar al lado de los soldados enviados al combate lo llevó a solicitar un traslado al frente. En 1918, fue designado capellán militar y enviado junto a las tropas italianas desplegadas en el frente francés. Permaneció en Francia durante nueve meses. Al regresar a Italia en 1919, asumió otros encargos con el Ejército Real, incluido el de recuperar los cuerpos de los caídos en las zonas de San Donato di Piave y el alto valle del Isonzo.
La experiencia de la guerra, vivida de primera mano, le hizo plantearse por primera vez la legitimidad del conflicto bélico, y le llevó progresivamente a desarrollar la convicción de que era necesario oponerse a la guerra.
En 1920, el sacerdote cremonés pasó seis meses en Alta Slesia con las tropas italianas enviadas para mantener el orden en una región disputada entre Alemania y la recién creada Polonia. Los testimonios coinciden en destacar el compromiso y la pasión con la que Don Primo acompañó a sus soldados en estos diversos contextos. En esas tierras, pudo constatar de primera mano los desastres provocados por un nacionalismo desmesurado.
En 1934, Don Mazzolari publicó La più bella avventura, basada en la parábola del hijo pródigo, que el Santo Oficio condenó al año siguiente, ya que lo consideró «erróneo», ordenando que se retirara del mercado. En efecto, el autor, mientras cuestiona el comportamiento del pródigo, critica la pasividad del hijo mayor (en quien se reconoce la Iglesia), que nada hizo para salvar a su hermano. Don Primo, obediente, aceptó. El Santo Oficio nunca llegó a explicar al pobre párroco qué páginas del libro se consideraban erróneas: tal vez actuó a raíz de unas quejas de algunas figuras importantes de Cremona escandalizadas por el hecho de que los círculos protestantes hubieran elogiado los escritos de Mazzolari.
Don Primo, sin embargo, no se desanimó. En 1937 y 1938 aparecieron otros textos suyos, como Lettera sulla parrocchia, Invito alla discussione, Il samaritano, I lontani, Tra l’argine e il bosco. Este último fue una colección de diversos artículos y escritos, de los que surgió la concepción de parroquia de Don Mazzolari, pero también su capacidad de mirar la naturaleza y la realidad de la vida en el campo. En 1939 se publicó La Via Crisis del povero.
Sin embargo, las obras posteriores terminaron bajo el hacha de la censura. De hecho, en 1941 las autoridades fascistas censuraron Tempo di credere, al considerarlo un libro que no se ajustaba al “espíritu de la época”, el de una Italia en guerra. Los amigos de Don Primo lograron hacer circular el texto clandestinamente. En 1943, sin embargo, el Santo Oficio volvió a hacerse oír y criticó la obra Impegno con Cristo, condenando la forma de expresarse del autor.on Cristo’), por lo menos por la forma utilizada por el autor.
Párroco en Cicognara
Desmovilizado en agosto de 1920, don Mazzolari solicitó a su obispo, monseñor Giovanni Cazzani, no regresar a la enseñanza en el seminario, sino ser destinado al trabajo pastoral entre la gente. Desde octubre de 1920 hasta diciembre de 1921, fue delegado episcopal en la parroquia de la Santísima Trinidad de Bozzolo, un pueblo de la provincia de Mantua, aunque dependiente de la diócesis de Cremona. Desde allí, fue trasladado como párroco al cercano pueblo de Cicognara, a pocos pasos del río Po, donde permaneció durante una década, hasta julio de 1932.
A partir de entonces, don Primo se dedicó con pasión y creatividad al cuidado pastoral de las comunidades parroquiales que se le fueron asignando. Complementó este ministerio con el de predicador, y fue invitado a hablar en numerosas provincias de Italia. Tenía una extraordinaria capacidad para establecer vínculos de amistad, cercanía espiritual y apoyo concreto con cientos de personas de toda condición: hombres y mujeres humildes, pero también intelectuales, importantes figuras políticas y eclesiales, creyentes y no creyentes.
En sus escritos se conservan numerosos cuadernos, que él llamaba “brogliassi”, en los que se refleja el esmero con el que preparaba las homilías dominicales, los cursos de catequesis para los jóvenes, y los ciclos de predicación para adultos.
En Cicognara, Don Primo se curtió como párroco, experimentando iniciativas, reflexionando, anotando ideas y, sobre todo, buscando nuevas formas de acercarse a todos aquellos que se habían alejado de la Iglesia.
El país, de hecho, tenía una fuerte connotación socialista. Don Mazzolari intentó de diversas formas potenciar las tradiciones populares campesinas, como la fiesta del trigo y la uva, sin nunca descuidar de las conmemoraciones a los caídos en la guerra y los aniversarios patrióticos. Durante el invierno por las tardes, dirigía una escuela para campesinos, mientras que en pleno verano organizaba excursiones al río para los niños del pueblo, con el fin de entretenerlos y protegerlos (los ahogamientos en el Po eran frecuentes). En aquellos años también tuvo ocasión de conocer y frecuentar a la escritora Grazia Deledda, futura premio Nobel, ya que su marido era originario de Cicognara.
El advenimiento del fascismo le preocupó muchísimo desde el principio, pero su postura se mantuvo siempre coherentemente opuesta. Ya en 1922 escribía, a propósito de las simpatías de católicos hacia el régimen naciente, que «el paganismo vuelve y nos acaricia y pocos se avergüenzan de ello». En noviembre de 1925 se negó a cantar el Te Deum tras salir a la luz un complot para atentar contra la vida de Mussolini. Incluso en 1929 discrepó de la actitud entusiasta de muchos obispos y sacerdotes y declinó expresar su voto, en el plebiscito convocado por Mussolini, tras la firma de los Pactos de Letrán.
Mientras tanto, condenaba activamente la glorificación acrítica de la guerra y el militarismo y rechazó todo espíritu sectario y partidista.
Aunque evitó tomar posiciones de ruptura abierta, Don Primo pronto fue enemigo de los fascistas y un verdadero obstáculo para la «fascistización» de Cicognara. La noche del 1 de agosto de 1931 le llamaron a la ventana y le dispararon tres tiros de revólver, que, afortunadamente, no llegaron a alcanzarle.
Párroco en Bozzolo
En 1932 Don Primo fue trasladado a Bozzolo donde se le encargó gestionar la fusión de las dos parroquias de la localidad. En esta ocasión escribió un pequeño folleto Il mio parroco (‘Mi párroco’) para saludar a sus feligreses, antiguos y nuevos. En Bozzolo Don Mazzolari comenzó entonces a escribir regularmente, de modo que treinta fueron muy fructíferos para él. En sus libros tendió a superar la idea de la Iglesia como ‘sociedad perfecta’ y afrontó honestamente las debilidades, deficiencias y limitaciones inherentes a la propia Iglesia. En su opinión, esto era necesario para finalmente poder presentar el mensaje evangélico también a los “alejados”, es decir, a aquellos que se sentían alejados de la Iglesia o se oponían a ella por diversas razones: políticas, culturales, morales o quizás precisamente por de los pecados de los cristianos mismos y de las actitudes cada vez menos evangélicas de la Iglesia. En los escritos de Don Mazzolari también estaba la idea de que la sociedad italiana necesitaba ser completamente reconstruida a nivel moral y cultural, dando mayor espacio a la justicia, la solidaridad con los pobres y la fraternidad. Ideas similares lo obligaron inevitablemente a lidiar con la censura eclesiástica y fascista.
En 1934, Don Mazzolari publicó La più bella avventura, basada en la parábola del hijo pródigo, que el Santo Oficio condenó al año siguiente, ya que lo consideró «erróneo», ordenando que se retirara del mercado. En efecto, el autor, mientras cuestiona el comportamiento del pródigo, critica la pasividad del hijo mayor (en quien se reconoce la Iglesia), que nada hizo para salvar a su hermano. Don Primo, obediente, aceptó. El Santo Oficio nunca llegó a explicar al pobre párroco qué páginas del libro se consideraban erróneas: tal vez actuó a raíz de unas quejas de algunas figuras importantes de Cremona escandalizadas por el hecho de que los círculos protestantes hubieran elogiado los escritos de Mazzolari.
Don Primo, sin embargo, no se desanimó. En 1937 y 1938 aparecieron otros textos suyos, como Lettera sulla parrocchia, Invito alla discussione, Il samaritano, I lontani, Tra l’argine e il bosco. Este último fue una colección de diversos artículos y escritos, de los que surgió la concepción de parroquia de Don Mazzolari, pero también su capacidad de mirar la naturaleza y la realidad de la vida en el campo. En 1939 se publicó La Via Crisis del povero.
Sin embargo, las obras posteriores terminaron bajo el hacha de la censura. De hecho, en 1941 las autoridades fascistas censuraron Tempo di credere, al considerarlo un libro que no se ajustaba al “espíritu de la época”, el de una Italia en guerra. Los amigos de Don Primo lograron hacer circular el texto clandestinamente. En 1943, sin embargo, el Santo Oficio volvió a hacerse oír y criticó la obra Impegno con Cristo, condenando la forma de expresarse del autor.on Cristo’), por lo menos por la forma utilizada por el autor.
Guerra y resistencia
La caída del fascismo (25 de julio de 1943) y el anuncio del armisticio (8 de septiembre) abrieron la fase más dramática de la historia italiana contemporánea, que incluyó la ruptura del país, la ocupación alemana, el nacimiento de la Resistencia y enseguida después de la República Social Italiana. Don Primo se comprometió a crear contactos con diversos círculos y personalidades católicas de cara al futuro, en particular con el Movimiento de Acción Guelph, el grupo antifascista milanés fundado por Piero Malvestiti en 1928, que tras la liberación de sus principales dirigentes había retomado la lucha. También tuvo la oportunidad de apoyar las iniciativas de quienes trabajaban en la zona para salvar a algunas familias judías.
Asimismo, estableció cada vez más relaciones con la Resistencia y con las brigadas Fiamme Verdi (formaciones de la Resistencia con una orientación predominantemente católica) de modo que su nombre, ya detestado por los fascistas desde hacía años, circulaba cada vez más en las listas de los considerados enemigos del régimen de Salò.
En febrero de 1944, Don Mazzolari fue llamado por primera vez a la comisaría de Cremona para realizar controles hasta ser detenido en Julio por parte del comando alemán en Mantua.Una vez liberado y disponible, prefirió pasar a la clandestinidad, escondiéndose en Gambara, en la provincia de Brescia. Dejó así un tiempo el pueblo de Bozzolo, para luego regresar en secreto. De hecho, tuvo que vivir completamente segregado durante unos meses, sin que nadie lo supiera, en el piso superior de su propia casa y sólo después de la Liberación pudo salir a la luz. Testimonio de esa época son los libros Diario di una primavera y Rivoluzione Cristiana, publicados sólo después de su muerte.
El periodo de posguerra
El compromiso por la evangelización, la pacificación y la construcción de una sociedad nueva, más justa y libre constituyeron las piedras angulares de las actividades de Don Mazzolari desde 1945 en adelante. Hijo de la Iglesia de su tiempo, estaba convencido de que sólo el cristianismo podía constituir un remedio para los males del mundo y se convirtió así en pionero de una verdadera ‘revolución cristiana’. Los cristianos debían ser auténticos líderes de la sociedad, siempre que se renovaran completamente en mentalidad, actitud y comportamiento. Naturalmente, Don Primo nunca perdió de vista la tarea principal de la Iglesia, la de la promoción evangélica. Con Il compagno Cristo – Vangelo del reduce (1945) intentó dirigirse en primer lugar a quienes regresaban del frente o de la prisión, para indicarles el camino trazado por Jesucristo. En esos años escribió numerosos artículos, colaborando con varios periódicos diocesanos y políticos, como La Vita Cattolica de Cremona, L’Eco di Bergamo, Il Nuovo Cittadino» de Génova, L’Italia de Milán, Il Popolo di Mantova, Democrazia y Il Popolo.
Continuó interesado en los “alejados”, enfocando su atención hacia los comunistas. Su crítica al comunismo fue siempre muy dura, como demuestra el debate público con otro famoso de Cremona, Guido Miglioli, ex organizador sindical católico y ex diputado del Partido Popular, que había llegado a colaborar estrechamente con el Partido Comunista. En todo caso, como dijo en 1949 (año de la excomunión vaticana hacia los comunistas), el lema de Don Mazzolari seguía siendo: “Yo lucho contra el comunismo, amo a los comunistas”.
Después de las decisivas elecciones de 1948, en las que apoyó al partido Democrazia Cristiana (DC) participando con gran vigor en la campaña electoral, Don Primo inmediatamente no pudo evitar amonestar a los parlamentarios de ese partido, entre los que tenía muchos amigos, invitándolos a ser consecuentes y comprometidos. Por ejemplo, uno de sus artículos tenía un título muy claro: Diputados y senadores os han hecho pobres.
«Adesso»
Muchas esperanzas de cambio pronto se desvanecieron. Don Mazzolari se dio cuenta de que debía crear un movimiento de opinión más amplio y por eso se dedicó en cuerpo y alma al proyecto de un nuevo periódico. El 15 de enero de 1949 salió el primer número del quincenal «Adesso», en plena temporada en la que se multiplicaban los llamamientos católicos al partido DC (al año siguiente, en 1950, Giorgio La Pira publicó el volumen L’attesa della povera gente).
En sus páginas, el periódico quiso tocar todos los temas queridos por su fundador: la llamada a la renovación de la Iglesia, la defensa de los pobres y la denuncia de las injusticias sociales, el diálogo con los “lejanos”, el problema del comunismo, la promoción de la paz en una era de guerra fría. En el periódico colaboraron muchos laicos y sacerdotes más o menos conocidos: Don Lorenzo Bedeschi, Padre Aldo Bergamaschi, Antonio Greppi, Arturo Chiodi, Don Giovanni Barra, Franco Bernstein, Padre Umberto Vivarelli, Padre Nazareno Fabbretti, Giulio Vaggi y más tarde Mario V. Rossi.
Mientras tanto, Don Primo entabló relaciones cada vez más estrechas con las voces más libres y críticas del catolicismo italiano de aquella época, dominada por el conformismo y la rigidez frente al mundo contemporáneo: fue, por tanto, amigo del fundador de Nomadelfia: don Zeno Saltini (aunque lo criticó en algunas ocasiones), del poeta padre Davide Maria Turoldo, del alcalde florentino Giorgio La Pira, del escritor Luigi Santucci y muchos otros. También tuvo algunas ocasiones de conversación con don Lorenzo Milani. El carácter innovador y valiente de «Adesso» provocó de nuevo la intervención de las autoridades eclesiásticas (las cuales iniciaron verdaderas calumnias contra Don Primo), por lo que en febrero de 1951 el periódico tuvo que dejar de publicarse. En julio llegaron otras medidas contra don Mazzolari (como la prohibición de predicar fuera de la diócesis sin el consentimiento de los obispos interesados y la prohibición de publicar artículos sin revisión eclesiástica previa). Fue posible reanudar la actividad en noviembre de 1951, pero con la dirección de un laico: Giulio Vaggi. A pesar de la prohibición, Don Primo siguió colaborando, utilizando a menudo seudónimos como el de Stefano Bolli. Fue ahí que algunas intervenciones de ‘Don Bolli’ sobre el tema de la paz dieron lugar a nuevas investigaciones disciplinarias. En efecto, en 1950 se desarrolló un amplio debate sobre la propuesta del movimiento de los Partigiani della pace (predominantemente comunistas) de prohibir la bomba atómica y Don Mazzolari (que también había aceptado la adhesión de Italia al Pacto Atlántico) se declaró disponible al diálogo.
En definitiva, el periódico seguía viviendo en peligro. El 28 de junio de 1954, a Don Primo se le prohibió predicar “extra suam paroeciam”, así como “escribir y conceder entrevistas sobre temas sociales”. La sentencia fue mitigada al aceptar «rehabilitarlo para predicar la Palabra de Dios en la diócesis» (27 de enero de 1955).
El 2 de enero de 1956 se condenaron las declaraciones de Mazzolari publicadas en L’ Espresso sobre la unidad política de los católicos franceses. La prohibición de escribir o conceder entrevistas sobre temas sociales y políticos fue reafirmada el 24 de enero siguiente.
Mientras tanto, el párroco de Bozzolo, en 1955, había presentado una denuncia contra Aler Bedogna, médico general de la ciudad, de simpatías anticlericales, por palabras ofensivas que había pronunciado contra la fe y la Iglesia: el proceso procesal terminó concluido con una condena por ofensa a la religión, aunque el caso afectó mucho al sacerdote de Cremona por el escándalo que provocó.
Los últimos años
Siempre utilizando su lenguaje característico, que apuntaba directamente a despertar la emoción en el corazón, sin querer detener análisis científicos o sociológicos, Don Mazzolari publicó otras obras significativas en los años cincuenta.
En 1952 se publicó La pieve sull’argine, una extensa historia autobiográfica que narra los acontecimientos y vicisitudes de un sacerdote rural (Don Stefano) en los años del fascismo. En 1955, Tu non uccidere, aparecido de forma anónima, abordaba el tema de la guerra. Aquí Mazzolari revisó su escrito inédito de 1941, Risposta a un aviatore, en el que ya había planteado el problema de la legalidad de la guerra. De esta manera el párroco de Bozzolo llegó a aceptar la objeción de conciencia y pronunció una dura acusación contra todas las guerras (“La guerra no es sólo una calamidad, es un pecado”, “Lógica y cristianamente, la guerra no se puede sostener”).
Libros aparte, Don Primo dedicó sus últimas energías a tratar nuevos temas y conocer remotos problemas sociales: en 1951 visitó el delta del Po, en 1952 hizo un viaje a Sicilia, del que se llevó impresiones significativas, y en 1953 viajó a Cerdeña. Entre 1956 y 1957 trabajó en la redacción de un gran volumen para conmemorar las actividades de las Obras Misionales Pontificias durante la Segunda Guerra Mundial, por encargo de su presidente el Monseñor Fernando Baldelli. Por diversos motivos, la obra quedó archivada y sólo vio la luz en 1991 con el título La carità del papa. Reeditado en una nueva edición en 2024, retomó el título originalmente concebido por Mazzolari: La carità ha vinto la guerra. En 1957 se publicó regularmente La Parrocchia, que retomaba y actualizaba la Lettera sulla parrocchia, publicada veinte años antes. En ambos textos, el autor cuestionó las transformaciones de la parroquia, los riesgos de externalidad y gastos superfluos. También reflexionó sobre el papel del laico en la Iglesia, que debe ser valorado y no reducido a un pálido duplicado del sacerdote.
Mientras tanto, en la Iglesia italiana, la opinión sobre Mazzolari seguía dividida: las posiciones oficiales adoptadas, que en la práctica lo proscribían y querían encerrarlo en Bozzolo, se contrastaban con los numerosos amigos, admiradores, discípulos de todo tipo que reconocían y se involucraban en sus batallas, difundiendo sus ideas por toda Italia. Se mantuvo coherente con su intención de “obedecer de pié”, sometiéndose siempre a sus superiores, pero protegiendo su propia dignidad y la coherencia hacia sus sentimientos. Ya al final de su vida comenzaron a aparecer algunos gestos significativos de distensión hacia él. En noviembre de 1957 el arzobispo de Milán, el Mons. Montini (el futuro Papa Pablo VI) lo llamó a predicar en la Misión de Milán, una famosa y extraordinaria iniciativa de predicación e intervenciones. También en ese año, el párroco de Bozzolo escribió Anche i preti sanno morire, para conmemorar a los sacerdotes italianos asesinados entre el final de la Segunda Guerra Mundial y la posguerra, iniciativa promovida por el párroco de San Martino Piccolo, cerca de Correggio, Don Emanuele Rabitti, que también involucró a la Acción Católica Italiana y al episcopado nacional en un comité especial que debía erigir el vía crucis conmemorativo de los presbíteros muerto.
Finalmente, en febrero de 1959, el nuevo Papa, Juan XXIII, precisamente para rendir homenaje a los autores de la iniciativa de Reggio Emilia, lo recibió en audiencia en el Vaticano junto a un grupo de peregrinos, llenando a Don Primo de una intensa emoción.
Sin embargo, la salud del párroco de Bozzolo ya estaba debilitada y desgastada. En efecto, don Primo Mazzolari murió poco después, el 12 de abril de 1959. Años más tarde, Pablo VI diría de él: «Tenía tanto ímpetu que nos costaba seguirle el ritmo. Por eso, él sufrió y nosotros también sufrimos. Éste es el destino de los profetas.”
Conocido como el párroco de Bozzolo, fue una de las figuras más significativas del catolicismo italiano de la primera mitad del siglo XX. Su pensamiento anticipó y contribuyó a la maduración de algunas de las exigencias doctrinales y pastorales del Concilio Vaticano II y del propio Papa Francisco (en particular en relación con la “Iglesia de los pobres”, la libertad religiosa, el pluralismo, el “diálogo con quienes están alejados”, distinción entre error y errantes), hasta el punto de que sus obras se definen como “proféticas”.
(traducción de Camilla Medau)